miércoles, 7 de marzo de 2012

EUGENIA DE MONTIJO, LA CONDESA INNOVADORA


Un 2 de diciembre de 1852, Luis Napoleón Bonaparte, lejano pariente de Napoleón, se convirtió en emperador de Francia adoptando el nombre de Napoleón III. A finales de enero de 1853, contrajo matrimonio con Eugenia de Montijo, una condesa de 26 años. Ambos le dieron un toque de distinción a la sociedad y al nuevo Estado.


Eugenia, una verdadera belleza en su época.

María Eugenia Palafox Portocarrero y Kirkpatrick, condesa de Teba y Montijo, nació en Granada un 5 de mayo de 1826. Su padre era el conde de Teba y de Montijo, y su madre, era de ascendencia escocesa. Fue educada en un convento en París, ciudad en la que vivió durante su adolescencia, y que visitó frecuentemente en su vejez.
Fue en Francia donde conoció a Napoleón III, y se casaron el 30 de enero de 1853. El entonces presidente de Francia, había sido rechazado tiempo atrás por una sobrina de la Reina Victoria. La boda, fue criticada en Inglaterra, ante los comentarios de Napoleón III en los que criticaba las uniones por poder, y no por amor. Tres años más tarde, Eugenia tuvo a su único hijo, Eugène Bonaparte, Príncipe Imperial.
La belleza y elegancia de la condesa pisaron fuerte en el ámbito real europeo, a tal punto que su forma de vestir fue imitada en el continente. Era una mujer educada e inteligente, y luego de nacido su hijo, comenzó a participar muy activamente en la política del Segundo Imperio francés. Como ferviente católica, luego de la educación que recibió, se opuso a la tensa relación de su marido con la Italia, pero más con la Iglesia Católica.
En tres oportunidades fue regente, es decir, asumió en trono en ausencia de su marido, una de ellas, ya sobre el final del Segundo Imperio, hacia 1870. Francia fue derrotada por Prusia ese año, y la familia debió exiliarse en Inglaterra. Napoleón III falleció en 1873, y Eugène en 1879 en África. Eugenia, vivió medio siglo más, pero viajando constantemente, residiendo a menudo en París, en un hotel frente a las Tullerías. Falleció en España, su país natal, el 11 de julio de 1920, a los 94 años.


La condesa fue en vida una personalidad muy importante, convirtiendo a París en la “ciudad luz”, en el centro de la moda y visita obligada para todo aquel que pisara Francia. Ayudó enormemente a su marido, no solo en cuestiones políticas, sino aportándole glamour a la sociedad galia de entonces. Las fiestas se hicieron constantes, pero no solo en la corte, sino también en el pueblo, que vivió buenos momentos hasta la caída del imperio luego de la guerra Franco-Prusiana de 1871, y en la que Francia perdiera su territorio de Alsacia y Lorena. El esplendor francés por el que Eugenia trabajó, se vio opacado por las guerras que le costaron a Francia mucho tiempo de recuperación. Alejada de la política, Eugenia se dedicó a viajar, cerca del lujo, pero a la vez alejada del mismo, viviendo en palacios pero también en hoteles, obsesionada por el pasado, por la pérdida de su marido y de su hijo, y por la caída de su imperio. El regreso de Alsacia y Lorena a Francia en 1918, luego de haber sido anexada por los alemanes en 1871, fue quizás la última gran satisfacción de su vida.
Hasta aquí, un pequeño espacio dedicado a una emperatriz muy activa, que le dio el color a una de las ciudades más importantes del mundo, ¡París!
¡Saludos y gracias!


Fuentes: Carl Grimberg, "Historia Universal", tomo 45, La Epoca Victoriana. Editorial Santiago, 1995.
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