Hoy en día, los cuentos de hadas prácticamente no existen. Y si bien hay
casos de padres que les leen a sus hijos varias historias de este tipo, ya no
son mayoría. Las razones, son más que conocidas: internet a la cabeza, la
tecnología, los valores de hoy en día, y por supuesto, las verdaderas historias
detrás de cada adaptación infantil.
¿Sabían los Hermanos Grimm sobre lo que realmente le había pasado, según
se dice, a la Caperucita, o a su Bella Durmiente? Si era verdad, seguramente,
pero no puede negarse que fueron precursores en su género, el de crear
historias para entretener, y ayudar a dormir, a los más chiquitos. Hoy gracias
al doodle de Google -irónico quizás-, los cuentos de los hermanos Wilhelm
(1786-1859) y Jacob (1785-1863) Grimm, alemanes de orígen, vuelven a la escena
y seguramente llevan más de un recuerdo a aquellos que supieron divertirse,
aprender y valorar esas historias que despertaban a la imaginación durante la
infancia. Rapunzel, Caperucita Roja, la Bella durmiente, los Músicos de Bremen,
el Sastrecillo Valiente, Rumpelstinskin, Pulgarcito, son solo algunos de los
títulos más mencionados, y más conocidos (hay más de 30 títulos en Wikipedia,
para quien ya averiguó).
Lo mío es inevitable. ¡Claro que recuerdo esas historias! En algún
rincón permanecen guardados los libros de cuentos, que seguramente pasarán a
próximas generaciones. Mi idea hoy, para recordar los 200 años de los cuentos
de Hadas de los Hermanos Grimm -aunque vale aclarar que no todos tenían hadas-,
es la de compartir con ustedes una de sus historias, la de los Músicos de
Bremen.
Cuentan los habitantes de Bremen, una antigua ciudad de Alemania, que
hace mucho tiempo, un viejo burro, cansado de cargar sus bolsas de harina a
cambio de poo alimento y nada de afecto, un buen día abandonó a su dueño y se
encaminó a dicha ciudad porque deseaba integrar la banda de música de la región.
Con trote lento transcurrió media mañana, cuando de pronto se topó con
un anciano perro de caza, tumbado a la vera del camino. Se notaba que el animal
había recorrido una gran distancia, porque jadeaba sin cesar. El burrito,
después de observar sus ojos tristes, le preguntó:
- ¿Por qué estás tan agitado? ¿Alguien te persigue?
- ¡Ay buen burro! -exclamó el perrito- Como ya estoy viejo para ir de
caza con mi amo y no soy veloz capturando las presas, él ha decidido venderme,
y por eso huí a toda velocidad. Pero ahora me encuentro ante otro grave
problema, ¿cómo me ganaré mi comida?
- Yo voy a Bremen -le contestó el burro-, ciudad famosa por su orquesta
formada por animales. Si te gusta la música y tienes buen oído, acompáñame y
probaremos suerte. Yo tocaré el laúd, y tú, el timbal.
Al perro le gustó la idea y continuaron el viaje entretenidos en una
amigable conversación.
Al mediodía, cuando calentaba el sol las piedras del camino, buscaron un
poco de sombra. Al llegar a un buen árbol, descubrieron a un gatito que los
miraba con recelo, y con los bigotes y pelos del lomo erizados.
- ¿Por qué estás tan asustado? -le preguntó el burro- ¿Alguien te
persigue?
- ¡Ay burrito, si supieras de lo que me he salvado! Como ya estoy viejo
y algo cansado de perseguir a los ratones del granero, y en cambio, prefiero
acostarme cerca de la chimenea y ronronear cuando tengo hambre, mi dueña quiso
deshacerse de mí. Cuando descubrí su intención, corrí sin parar hasta que
llegué aquí.
El burro le contó sus planes y agregó:
- ¿Por qué no te unes a nosotros, tú que eres un experto músico de
serenatas nocturnas?
Al gato le gustó la idea y los tres, ya repuestos, reanudaron marcha.
La tarde iluminaba el horizonte y al pasar cerca de una granja los tres
amigos escucharon unos potentes quiquiriquíes. El burro se asomó a gallinero y
vio a un gallito un tanto desplumado por el paso del tiempo.
- ¿Por qués estás tan apenado? -preguntó el burro- ¿Alguien te ha hecho
daño?
- ¡Ay burro! Mañana mis amos agasajarán a unas visitas muy importantes,
y han decidido preparar sopa de gallo para el almuerzo, por lo que mi fin está
próximo y canto tristemente como despedida.
El burro entonces le contó sus planes y agregó:
- ¿Por qué no vienes con nosotros, tú que eres un magnífico cantante de
día?
Al gallo le gustó la idea y los cuatro siguieron camino.
Escultura de los cuatro animalitos en Bremen, Alemania. |
Al anochecer decidieron descansar en el bosque. Como no se sentían
seguros, pues los peligros del bosque eran bien conocidos, el gallo, desde la
copa de un árbol, había vislumbrado una lucecita proveniente de una casa,
descendió y guió a sus compañeros hasta aquel solitario lugar.
La casa estaba iluminada y los cuatro amigos sintieron sonoras risas y
gritos de furor apenas se acercaron. El burro, que era el más alto, se asomó
para ver qué era lo que estaba pasando. Allí vio a una banda de ladrones
sentados a una gran mesa con ricos manjares a los que habían dejado a un
costado para poder contar sus monedas de oro. Estaban tan entretenidos
repartíendose equitativamente el botín, que no advirtieron lo que afuera
ocurría.
Los animales planearon el modo de ahuyentar a los bribones y disfrutar
del banquete. Así fue como el perro se subió al lomo del burro, el gato se
trepó al perro y el gallo voló hasta la cabeza del gato. De esa manera,
irrumpieron en la casa atravesando la puerta y la ventana. Al ori los ruidos,
los ladrones huyeron al bosque.
Contentos por el éxito del plan, los animales se dedicaron a saborear
los alimentos. Después de la cena, cada uno buscó el sitio más apropiado para
dormir. El gato se echó sobre las tibias cenizas del fogón; el perro, en el
felpudo de la puerta trasera; el burro, sobre el heno del cobertizo y el gallo
voló hasta la veleta. Pronto el sueño y el silencio reinaron en la casita.
Los bandidos se habían ido acercando, y cuando vieron que la luz se
había apagado, el jefe de la banda envió a uno a inspeccionar. El ladrón llegó
sigilosamente a la casa, se acercó al fogón y confundió los ojos del gato con
dos carbones encendidos. Cuando sacó un fósforo para prender el supuesto fuego,
el gato le arañó la cara. El hombre buscó la puerta trasera para poder huir.
Sin saberlo, le pisó la cola al perro, que le respondió con un mordisco en la
pierna. Enloquecido corrió hasta el cobertizo donde recibió un coz del burro, y
al salir, el gallo emitió un potente quiquiriquí.
El bandido, malherido y sin aliento, llegó hasta el escondite y contó al
jefe lo que supuestamente le había pasado:
- ¡Ay qué horror! ¡No regreso más allí! La casa está ocupada por una
espantosa bruja que con sus largos y afilados dedos me arañó apenas entré; un
hombre con una pala me esperaba detrás de la puerta y me golpeó la pierna; al
refugiarme en el cobertizo un gigante descargó un garrote sobre mí, y arriba,
estaba el juez que me gritó “¡Ladrón, ven para aquí! ¡Ven aquí, ven aquí!”.
La banda de ladrones no regresó nunca más y los animales se quedaron a
vivir en la casita. Formaron su propia banda, y alegraron a todos los
habitantes con sus lindas canciones.
Fuente: LOS MÚSICOS DE BREMEN, Adaptación del cuento de los hermanos Grimm. En: Colección minibiblioteca TRAPITO, Editorial Lord Cochrane S. A., Chile, Nº4, 1995.
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